Las personas nos ponemos tristes para que centremos la atención en nosotros mismos y en la situación, facilitando así la búsqueda de soluciones. Nos obliga a bajar el ritmo, ahorrando la energía que necesitamos para recomponernos y, además, hace que los demás se den por enterados y nos echen un mano.
Por lo tanto, es necesaria y, sin embargo, nos empeñamos en no dejarla actuar cuando el cuerpo nos pide a gritos... o mejor dicho, a lágrima viva... que la manifestemos. ¿Qué es lo primero que decimos al consolar al alguien?... No llores.... cuando el cuerpo te está diciendo que eso es, exactamente, lo que tienes que hacer. ¿A que nadie te dice que no te rías cuando te cuentan algo realmente divertido? y aunque lo quisieras hacer... ¿podrías?. ¿Cuantas veces te ha resultado embarazoso no soltar una carcajada, en ese momento tan inadecuado?.
¿Por qué si nos permitimos enfadarnos, o reírnos, no nos permitimos llorar?. Llora, desahógate, haz que los otros se den cuenta de que estás triste y que necesitas que lo sepan, que te escuchen, o que te ayuden si está en su mano.
No luches contra tu naturaleza porque es una batalla perdida así que, ya lo sabes, si algún día estoy triste... déjame llorar...